sábado, 5 de marzo de 2016

Cuentos.

La plaza de Xoxocotla

— Es bonita la plaza de Xoxocotla; bonita y limpia —dije sin intención de adular.
— Tiene su historia, igual que la escuela y l‘agua entubada —me informó el viejo Eleuterio Ríos, mientras acariciaba entre pulgar e índice el indómito bigote; aquel bigotazo salpicado de hilos de plata y que, de tener fe al refrán que dice: ―cuando el indio encanece, el español perece‖, mala jugada les haría al porte juvenil y al gesto arrogante de mi amigo, por los cuales —mentirosos— se le juzgaría un hombre en plena madurez.
— Sí, tiene historia —repitió el anciano, con inaguantables deseos de contarla. Sin esperar más, la dijo en voz lenta, entre chupada y chupada al cigarro de hoja prendido entre sus dientes amarillentos.
— Era yo delegado municipal del pueblo cuando llegó la comitiva. El candidato a la cabeza. No crea usté que vinieron aquí por su gusto, no… Fue que iban para Puente de Ixtla; pero ahí en la curva de El Tordo tronó una rueda del ―for‖ y tuvieron que descolgarse pa‘ca pa Xoxocotla, en busca de una sombrita y de un trago de agua.
El candidato era grandote, serio y muy callado. Sus compañeros, en cambio, hablaban mucho, pero como los pericos, ni ellos mesmos entendían sus babosadas.
Alguien me dijo que el candidato lo iban a ascender a Presidente de la República. Yo no lo creí… ¡Tantas levas cuentan los lambiscones! El candidato parece que me leyó el pensamiento, porque sonriéndose tantito, más bien con sus ojos que con su boca, se me quedó miramente y luego dijo:
―¿Qué es, señor delegado, lo que más necesita este pueblo?‖
Yo pensé que había que seguirle el juego y de purita raspa le dije:
―Pos ya ve su mercé qué plaza tan triste es ésta de Xoxocotla, en un solar grandote y tierroso y en medio, como todo adorno, ese güizachito íngrimo y solo que no sirve ni p‘hacerle sombra a un gallo… Nosotros, los del pueblo, quisiéramos una plaza con sus banquetas, sus prados y su tiosco rodiado de faroles…‖
―Lo tendrán‖, dijo el candidato muy seriote.
A mí por poco me gana la risa, verdá de Dios, por el modito tan descarado de burlarse de uno. Pero pa seguir con el arguende, pues le dije yo también muy disimulado y faceto:
―Tampoco hay escuela, Vea su mercé cómo están los probes niños arrjejolados en aquella sombrita que dan las torres de la iglesia. Cómo quere du mercé que aprendan ansina. ¡Luego ni maistra tienen! Doña Andrea Sierra que le entiende a la lectura, pues a veces les da leición y se las viene a tomar una vez a la semana…‖
―Tendrán escuela‖, volvió a prometer el candidato, con tal serenidad y firmeza, que me destantió un poquito. Pero cuando me acordé que todos los que tienen el empeño de candidatos, su oficio es echar puras mentiras, pues me le quedé mirando, largo, hondo, como es el costumbre de po‘acá, cuando quiere uno burlarse de alguien. El hombre no entendió o hizo que no entendía mi gesto y entonces volví a travesiar con él. Mis paisanos gozaban al ver la forma en que me‘staba yo tantiando al señor político:
―Como usté habrá visto, tenemos harta agua po‘aquí, pero nos faltan tubos. Usté que viene tratando de hacer la felicidá del pueblo, nomás arregule cómo se vería una pila echando agua cristalina en medio de la plaza rodiada de siemprevivas, ‗juanitas‘ y violetas… y las muchachas con sus cántaros redonditos y sudorosos y los muchachos ya lebrones mirándolas de ganchete, así como Dios manda que el macho mire a la hembra a la que le llena el ojo… y los niños en l‘escuela y en l‘escuela una maistra catrina y guapa, enseñándoles a todos el silabario…‖
Entonces el bruto de mi compadrito Próculo Delgadillo no pudo aguantar la risa; pero el candidato, siempre tan formal dijo:
―Tendrán su plaza, su escuela, su fuente y su máistra.‖ Luego se paró para despedirse. Me tendió la manod. Yo apenas si se la rocé, no más pa no ser malcriado, pero de manera que él tantiara que no nos había hecho tontos.
Cuando se fueron, nos juntamos todos los vecinos al derredor del güizachito. Los jóvenes creiban buenas las promesas del candidato y estaban muy alegres; pero los viejos, que nos han brotado canas y salido arrugas de tanto y tanto esperar que se cumplan los ofrecimientos de los políticos, pos nomás nos réibamos de la inesperencia de la gente tierna.
Don Eleuterio calló un momento; se quitó su enorme sombrero de palma y de lo más profundo de la copa sacó una caja de cerillos; encendió uno, hizo hueco con sus manos a la flama y entre resoplidos pegó fuego a su gran cigarro de tabaco cimarrón. Luego siguió el relato:
— Pasó un año. Yo estaba para entrega la delegación a mi compadrito Remigio Morales que se Dios haiga. Era medio día, hacía un calor como pocas. El solazo brillaba en aquel desierto que nosotros llamábamos plaza; los cerdos gruñían porque sentían derretirse; las gallinas con el pico abierto escarbaban la arena caliente y con las alas estendidas se revolcaban buscando refrescarse; los perros con las colas entre las patas, babeaban como si tuvieran el mal. Las mujeres en las cocinas se habían quitado las camisas y los niños encuerados buscaban las sombritas y pedían agua d‘un hilo.
Yo y el policía estábamos echando un pulquito en ca doña Trina Laguna, aquí nomasito… De repente llegó Tirso Moya, que para entonces era un muchachillo apenas d‘este pelo; muy espantado me dijo: ―Ándele, Tata Luterio, qui‘hay lo busca el Presidente.‖ Tonces acabé con el jarrito de pulque y pedí otro… ¡Hacía tanta calor! Bebí espacito, sin cortar la plática con el policía… Y ahí nomás que llega Lucrecita la de mi entenado Gerardo: ―Quihay lo precura el Presidente, Tata Luterio‖… ―Ande, cuele —dije—, vaya a ver si ya puso el puerco.‖ Y la muchacha se jue corre y corre… A poco ratito apareció Odilón Pérez el menso y con su voz de babosote me avisó: ―Que l‘ostá aguardando el Presidente Tata Luterio‖… ―Pos dile, contesté, que si no puede aguantarse tantito, que no tengo su qui hacer…‖ Y el menso de Odilón se fue muy obediente con el recado.
―Ése ha de venir a cobrar el piso de la plaza del día lunes‖, comenté con el policía.
Seguimos traguetiando pian pianito, sin priesas. Conté yo con toda calma los centavos de la recaudación de la plaza que triba entre mi faja. Todavía oyí una talla muy colorada que me contó el policía y salí mascando un pedazo de barbacoa que me había ofertado doña Trina Laguna.
¡Y que lo voy mirando…! ¿Quién cré usté que era? Pos el candidato. Ahí estaba, bajo la sombra delgadita del güizache. Lo rodeaban más de veinte muchachillos, él se reía con ellos y al más chiquitín lo tenía abrazado. Todas las mujeres, desde las puertas de sus casas lo miraban con admiración; él no se daba cuenta, así de entretenido estaba con la chamacada… Había llegado íngrimo y solo, igual que el güisachito; su ―for‖ lo esperaba ellá en la carretera… Nomás por su pura planta adeviné que ya lo habían ascendido a Presidente de la República… Grandote, serio y confiado como todos los que son hombres de nacencia, no sé qué aigre le encontré con Emiliano. En nada se parecían, pero el gesto, el cariño por los niños… Yo no sé. Bueno, ni en el vestido se parecían, pero a éste le caiba tan bien la tejana, como a aquel su jarano galoneado, con el que dicen que se aparece a los caminantes que pasan por Chinameca.
Yo lleno de vergüenza me le acerqué. Me dio su mano que entonces se la agarré con las dos mías, sí, como se estrecha la mano de un amigo, de un hombre del que uno sabe que es buena gente. La mano era grande, fina, pero más juerte que las dos mías empalmadas. Sonríe otra vez con ese modito tan suyo; apenas si se le miraban los dientes debajo de su bigote recortado y tupido… ¡La risa era de hombre cabal, de puro mexicano!
Yo todo avergonzado le dije que disimulara la espera en el solazo, porque cuando me dijeron que áhistaba el Presidente, pos yo creiba que era el presidente municipal de Puente d‘Istla que venía por lo del piso de la plaza del lunes.
El hombre no dejó de sonrirse y luego luego, pos a lo que te truje:
―Siñor delegado —dijo muy respeitoso—, ahoy llegarán a Xoxocotla los ingenieros a levantar l‘escuela, a hacer la plaza y a meter l‘agua en los tubos… Pronto vendrá la máistra o sea la preceitora‖.
Yo me juí de lomos, pa‘ques más que la verdá.
Cuando se jué, todo el pueblo lo siguió. Naiden hablaba, él iba por delante caminando recio. Nosotros al trote apenas si lo alcanzábamos. Cuando subió a su ―for‖ se jué saludándonos con la mano.
Al regresar, todos los jóvenes se reían de nosotros los viejos qui‘habíamos disconfiado. Disd‘entonces he creído más en los muchachos y ya les hago caso de todo lo que dicen… L‘otro día, uno d‘ellos me preguntó: ―¿Si viniera otra vez a Xoxocotla un candidato, qué le pediría usté, tío Luterio?‖
―Pos si lo queres saber, yo le pediría que áhi, dond‘estuvo el güizachito íngrimo y solo, le levantara una estatua al Presidente que vino… Una estatua pa que todos lo estemos mirando, pa que sirva de almiración a los niños que salen de l‘escuela y pa que las lindas muchachas de Xoxocotla corten el día del santo de él toditas las flores del jardín y se las avienten a sus pies…
―Es güeno su pensamiento, tío Luterio —me contestó el muchacho—; yo y otros muchos sabemos ler por él y usté y todos los viejos han güelto a creer en un hombre, como cuando créiban en Emiliano el de Anenecuilco:‖ ¡Hágame usté el favor! ¡Cómo está de lista la juventú de ahoy…!
Don Eleuterio se quedó unos instantes en silencio, con los ojos perdidos quizá en el recuerdo; luego, volviendo de su abstracción, me miró fijamente para decir:
— Pero a ver, amigo, póngale usté un defecto a la plaza de Xoxocotla.
— Sólo le falta el monumento…
— ¡Eso es, un monumento! —dijo como si hubiera hecho un hallazgo—. Un monumento… pero encima del, por la estatua d‘ese quien usté sabe… Entonces la plaza de Xoxocotla sería la más linda de todo Morelos… ¿O qué opina usté, maistro?

Comentario 

El cuento titulado "La plaza  de Xoxocotla" es contado por dos voces narrativas, una es contada por el maestro y la otra por Eleuterio. La historia que es contada por el maestro, es en el presente "Don Eleuterio se quedó unos instantes en silencio, con los ojos perdidos quizá en el recuerdo."y la que cuenta Eleuterio está en el pasado .

El nconmtexto en el que se presenta la historia es la plaza de Xoxocotla, cerca del puente de Ixtla en el estado de Morelos. En el tiempo solo se sabe que de la historia del presente a lña del pasado transcurre un año mencionado en este.

Los personajes se dividen en las dos historias. Los que aparecen en la historia del pasado son Eleuterio Ríos, Tirsa Mayo, Candidato, Doña Andrea Sierra, Procolo Delgadillo, Remigio Morales, el policía, Doña Trina Lagunas, Lucrecita, Odilon Perez, Emiliano, maestro y Gerardo. En la del presente solo Eleuterio Ríos y el maestro.

Una de las peculiaridades de la historia es el lenguaje empleado por eñl narrador de la hitoria del pasado, es decir de don Eleuterio. Entre las palabras empleadas localmente son "Usté", "ansina", "maistra", "Felicida", "Mercé", "tata", "trosco", entre otras; otras palabras aparecen  con un cambio de sonido o eliminadas por ejemplo: "trosco", "leicion", "maistra", "haiga", Usté", "pos"; palabras unidas o contracciones "paqué", "pacá", "pos'aquí". Aparecen frases como: "A lo que truje", "Cuando el indio encanece, el español parece" y "tantas levas cuentan lasbincones".

El valor social de esta historia es que refleja las promesas que hacen algunos políticos y que solo algunas veces llegan a cumplir, este es el caso, pues muestra el origen de una plaza y de una escuela de un pueblo en Morelos; el lenguaje de este es muy importante por que hay muchas personas que hablan así.

Considero que el autor de el cuento trata de hacernos ver que hay políticos que sí cumplen, además de que es importante el lenguaje que aparece ya que es de  nuestro país .


¡Diles que no me maten! 

Juan Rulfo.

-¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad.
-No puedo. Hay allí un sargento que no quiere oír hablar nada de ti.

-Haz que te oiga. Date tus mañas y dile que para sustos ya ha estado bueno. Dile que lo haga por caridad de Dios.

-No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a de veras. Y yo ya no quiero volver allá.

-Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué consigues.

-No. No tengo ganas de eso, yo soy tu hijo. Y si voy mucho con ellos, acabarán por saber quién soy y les dará por afusilarme a mí también. Es mejor dejar las cosas de este tamaño.

-Anda, Justino. Diles que tengan tantita lástima de mí. Nomás eso diles.

Justino apretó los dientes y movió la cabeza diciendo:

-No.

Y siguió sacudiendo la cabeza durante mucho rato.

Justino se levantó de la pila de piedras en que estaba sentado y caminó hasta la puerta del corral. Luego se dio vuelta para decir:

-Voy, pues. Pero si de perdida me afusilan a mí también, ¿quién cuidará de mi mujer y de los hijos?

-La Providencia, Justino. Ella se encargará de ellos. Ocúpate de ir allá y ver qué cosas haces por mí. Eso es lo que urge.

Lo habían traído de madrugada. Y ahora era ya entrada la mañana y él seguía todavía allí, amarrado a un horcón, esperando. No se podía estar quieto. Había hecho el intento de dormir un rato para apaciguarse, pero el sueño se le había ido. También se le había ido el hambre. No tenía ganas de nada. Sólo de vivir. Ahora que sabía bien a bien que lo iban a matar, le habían entrado unas ganas tan grandes de vivir como sólo las puede sentir un recién resucitado. Quién le iba a decir que volvería aquel asunto tan viejo, tan rancio, tan enterrado como creía que estaba. Aquel asunto de cuando tuvo que matar a don Lupe. No nada más por nomás, como quisieron hacerle ver los de Alima, sino porque tuvo sus razones. Él se acordaba:

Don Lupe Terreros, el dueño de la Puerta de Piedra, por más señas su compadre. Al que él, Juvencio Nava, tuvo que matar por eso; por ser el dueño de la Puerta de Piedra y que, siendo también su compadre, le negó el pasto para sus animales.

Primero se aguantó por puro compromiso. Pero después, cuando la sequía, en que vio cómo se le morían uno tras otro sus animales hostigados por el hambre y que su compadre don Lupe seguía negándole la yerba de sus potreros, entonces fue cuando se puso a romper la cerca y a arrear la bola de animales flacos hasta las paraneras para que se hartaran de comer. Y eso no le había gustado a don Lupe, que mandó tapar otra vez la cerca para que él, Juvencio Nava, le volviera a abrir otra vez el agujero. Así, de día se tapaba el agujero y de noche se volvía a abrir, mientras el ganado estaba allí, siempre pegado a la cerca, siempre esperando; aquel ganado suyo que antes nomás se vivía oliendo el pasto sin poder probarlo.

Y él y don Lupe alegaban y volvían a alegar sin llegar a ponerse de acuerdo. Hasta que una vez don Lupe le dijo:

-Mira, Juvencio, otro animal más que metas al potrero y te lo mato.

Y él contestó:

-Mire, don Lupe, yo no tengo la culpa de que los animales busquen su acomodo. Ellos son inocentes. Ahí se lo haiga si me los mata.

"Y me mató un novillo.

"Esto pasó hace treinta y cinco años, por marzo, porque ya en abril andaba yo en el monte, corriendo del exhorto. No me valieron ni las diez vacas que le di al juez, ni el embargo de mi casa para pagarle la salida de la cárcel. Todavía después, se pagaron con lo que quedaba nomás por no perseguirme, aunque de todos modos me perseguían. Por eso me vine a vivir junto con mi hijo a este otro terrenito que yo tenía y que se nombra Palo de Venado. Y mi hijo creció y se casó con la nuera Ignacia y tuvo ya ocho hijos. Así que la cosa ya va para viejo, y según eso debería estar olvidada. Pero, según eso, no lo está.

"Yo entonces calculé que con unos cien pesos quedaba arreglado todo. El difunto don Lupe era solo, solamente con su mujer y los dos muchachitos todavía de a gatas. Y la viuda pronto murió también dizque de pena. Y a los muchachitos se los llevaron lejos, donde unos parientes. Así que, por parte de ellos, no había que tener miedo.

"Pero los demás se atuvieron a que yo andaba exhortado y enjuiciado para asustarme y seguir robándome. Cada vez que llegaba alguien al pueblo me avisaban:

"-Por ahí andan unos fureños, Juvencio.

"Y yo echaba pal monte, entreverándome entre los madroños y pasándome los días comiendo verdolagas. A veces tenía que salir a la media noche, como si me fueran correteando los perros. Eso duró toda la vida . No fue un año ni dos. Fue toda la vida."

Y ahora habían ido por él, cuando no esperaba ya a nadie, confiado en el olvido en que lo tenía la gente; creyendo que al menos sus últimos días los pasaría tranquilos. "Al menos esto -pensó- conseguiré con estar viejo. Me dejarán en paz".

Se había dado a esta esperanza por entero. Por eso era que le costaba trabajo imaginar morir así, de repente, a estas alturas de su vida, después de tanto pelear para librarse de la muerte; de haberse pasado su mejor tiempo tirando de un lado para otro arrastrado por los sobresaltos y cuando su cuerpo había acabado por ser un puro pellejo correoso curtido por los malos días en que tuvo que andar escondiéndose de todos.

Por si acaso, ¿no había dejado hasta que se le fuera su mujer? Aquel día en que amaneció con la nueva de que su mujer se le había ido, ni siquiera le pasó por la cabeza la intención de salir a buscarla. Dejó que se fuera sin indagar para nada ni con quién ni para dónde, con tal de no bajar al pueblo. Dejó que se le fuera como se le había ido todo lo demás, sin meter las manos. Ya lo único que le quedaba para cuidar era la vida, y ésta la conservaría a como diera lugar. No podía dejar que lo mataran. No podía. Mucho menos ahora.

Pero para eso lo habían traído de allá, de Palo de Venado. No necesitaron amarrarlo para que los siguiera. Él anduvo solo, únicamente maniatado por el miedo. Ellos se dieron cuenta de que no podía correr con aquel cuerpo viejo, con aquellas piernas flacas como sicuas secas, acalambradas por el miedo de morir. Porque a eso iba. A morir. Se lo dijeron.

Desde entonces lo supo. Comenzó a sentir esa comezón en el estómago que le llegaba de pronto siempre que veía de cerca la muerte y que le sacaba el ansia por los ojos, y que le hinchaba la boca con aquellos buches de agua agria que tenía que tragarse sin querer. Y esa cosa que le hacía los pies pesados mientras su cabeza se le ablandaba y el corazón le pegaba con todas sus fuerzas en las costillas. No, no podía acostumbrarse a la idea de que lo mataran.

Tenía que haber alguna esperanza. En algún lugar podría aún quedar alguna esperanza. Tal vez ellos se hubieran equivocado. Quizá buscaban a otro Juvencio Nava y no al Juvencio Nava que era él.

Caminó entre aquellos hombres en silencio, con los brazos caídos. La madrugada era oscura, sin estrellas. El viento soplaba despacio, se llevaba la tierra seca y traía más, llena de ese olor como de orines que tiene el polvo de los caminos.

Sus ojos, que se habían apenuscado con los años, venían viendo la tierra, aquí, debajo de sus pies, a pesar de la oscuridad. Allí en la tierra estaba toda su vida. Sesenta años de vivir sobre de ella, de encerrarla entre sus manos, de haberla probado como se prueba el sabor de la carne. Se vino largo rato desmenuzándola con los ojos, saboreando cada pedazo como si fuera el último, sabiendo casi que sería el último.

Luego, como queriendo decir algo, miraba a los hombres que iban junto a él. Iba a decirles que lo soltaran, que lo dejaran que se fuera: "Yo no le he hecho daño a nadie, muchachos", iba a decirles, pero se quedaba callado. "Más adelantito se los diré", pensaba. Y sólo los veía. Podía hasta imaginar que eran sus amigos; pero no quería hacerlo. No lo eran. No sabía quiénes eran. Los veía a su lado ladeándose y agachándose de vez en cuando para ver por dónde seguía el camino.

Los había visto por primera vez al pardear de la tarde, en esa hora desteñida en que todo parece chamuscado. Habían atravesado los surcos pisando la milpa tierna. Y él había bajado a eso: a decirles que allí estaba comenzando a crecer la milpa. Pero ellos no se detuvieron.

Los había visto con tiempo. Siempre tuvo la suerte de ver con tiempo todo. Pudo haberse escondido, caminar unas cuantas horas por el cerro mientras ellos se iban y después volver a bajar. Al fin y al cabo la milpa no se lograría de ningún modo. Ya era tiempo de que hubieran venido las aguas y las aguas no aparecían y la milpa comenzaba a marchitarse. No tardaría en estar seca del todo.

Así que ni valía la pena de haber bajado; haberse metido entre aquellos hombres como en un agujero, para ya no volver a salir.

Y ahora seguía junto a ellos, aguantándose las ganas de decirles que lo soltaran. No les veía la cara; sólo veía los bultos que se repegaban o se separaban de él. De manera que cuando se puso a hablar, no supo si lo habían oído. Dijo:

-Yo nunca le he hecho daño a nadie -eso dijo. Pero nada cambió. Ninguno de los bultos pareció darse cuenta. Las caras no se volvieron a verlo. Siguieron igual, como si hubieran venido dormidos.

Entonces pensó que no tenía nada más que decir, que tendría que buscar la esperanza en algún otro lado. Dejó caer otra vez los brazos y entró en las primeras casas del pueblo en medio de aquellos cuatro hombres oscurecidos por el color negro de la noche.

-Mi coronel, aquí está el hombre.

Se habían detenido delante del boquete de la puerta. Él, con el sombrero en la mano, por respeto, esperando ver salir a alguien. Pero sólo salió la voz:

-¿Cuál hombre? -preguntaron.

-El de Palo de Venado, mi coronel. El que usted nos mandó a traer.

-Pregúntale que si ha vivido alguna vez en Alima -volvió a decir la voz de allá adentro.

-¡Ey, tú! ¿Que si has habitado en Alima? -repitió la pregunta el sargento que estaba frente a él.

-Sí. Dile al coronel que de allá mismo soy. Y que allí he vivido hasta hace poco.

-Pregúntale que si conoció a Guadalupe Terreros.

-Que dizque si conociste a Guadalupe Terreros.

-¿A don Lupe? Sí. Dile que sí lo conocí. Ya murió.

Entonces la voz de allá adentro cambió de tono:

-Ya sé que murió -dijo-. Y siguió hablando como si platicara con alguien allá, al otro lado de la pared de carrizos:

-Guadalupe Terreros era mi padre. Cuando crecí y lo busqué me dijeron que estaba muerto. Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta. Con nosotros, eso pasó.

"Luego supe que lo habían matado a machetazos, clavándole después una pica de buey en el estómago. Me contaron que duró más de dos días perdido y que, cuando lo encontraron tirado en un arroyo, todavía estaba agonizando y pidiendo el encargo de que le cuidaran a su familia.

"Esto, con el tiempo, parece olvidarse. Uno trata de olvidarlo. Lo que no se olvida es llegar a saber que el que hizo aquello está aún vivo, alimentando su alma podrida con la ilusión de la vida eterna. No podría perdonar a ése, aunque no lo conozco; pero el hecho de que se haya puesto en el lugar donde yo sé que está, me da ánimos para acabar con él. No puedo perdonarle que siga viviendo. No debía haber nacido nunca".

Desde acá, desde fuera, se oyó bien claro cuando dijo. Después ordenó:

-¡Llévenselo y amárrenlo un rato, para que padezca, y luego fusílenlo!

-¡Mírame, coronel! -pidió él-. Ya no valgo nada. No tardaré en morirme solito, derrengado de viejo. ¡No me mates...!

-¡Llévenselo! -volvió a decir la voz de adentro.

-...Ya he pagado, coronel. He pagado muchas veces. Todo me lo quitaron. Me castigaron de muchos modos. Me he pasado cosa de cuarenta años escondido como un apestado, siempre con el pálpito de que en cualquier rato me matarían. No merezco morir así, coronel. Déjame que, al menos, el Señor me perdone. ¡No me mates! ¡Diles que no me maten!.

Estaba allí, como si lo hubieran golpeado, sacudiendo su sombrero contra la tierra. Gritando.

En seguida la voz de allá adentro dijo:

-Amárrenlo y denle algo de beber hasta que se emborrache para que no le duelan los tiros.

Ahora, por fin, se había apaciguado. Estaba allí arrinconado al pie del horcón. Había venido su hijo Justino y su hijo Justino se había ido y había vuelto y ahora otra vez venía.

Lo echó encima del burro. Lo apretaló bien apretado al aparejo para que no se fuese a caer por el camino. Le metió su cabeza dentro de un costal para que no diera mala impresión. Y luego le hizo pelos al burro y se fueron, arrebiatados, de prisa, para llegar a Palo de Venado todavía con tiempo para arreglar el velorio del difunto.

-Tu nuera y los nietos te extrañarán -iba diciéndole-. Te mirarán a la cara y creerán que no eres tú. Se les afigurará que te ha comido el coyote cuando te vean con esa cara tan llena de boquetes por tanto tiro de gracia como te dieron.

FIN

Comentario.

El cuento titulado "¡Diles que no me maten" escrito por Juan Rulfo es contada por dos voces narrativas, la historia del presente que narra alguien desconocido "Justino apretó los dientes y movió la cabeza diciendo..."; la segundsa historia es del pasado por Juvencio Nava "Y me mató un novillo".

Este trata sobre Juvencio, el cual hace 35 años mató a Guadalupe Terreros por que había cerrado sus tierras para que los animales de Juvencio no pasaran. Juvencio se esconde en casa de su hijo ubicada en Palo de Venado. Despues de un tiempo el hijo de don Lupe que era coronel lo manda buscar y lo mata para vengar la muerte de su papá.

El contexto en que se desarolla el cuento es en un pueblo llamado Palo de Venado y Alima lugar de nacimiento de Juvencio, de los  cuales no se sabe la ubicación. Las marcas de tiempo mencionadas son: en marzo de hace 35 años.

Los personajes de la historia del presente son: Justino, hijo de Juvencio Nava, tiene 8 hijos y una esposa llamada Ignacia; Juvencio Nava, hombre de 60 años aproximadamente, viejo de piernas flacas y con miedo a morir; Coronel, hijo de don Lupe Terreros , asesino de Juvencio Nava; Guadalupe Terreros, egoísta, envidioso y asesino de animales; los soldados eran 4 hombres obscurecidos por el color negro de la noche. Los personajes de la historia del pasado son: Guadalupe ]Terreros y Juvencio Nava.

El lenguaje del narrador (Juvencio Nava) del pasado es local, es decir de su lugar de origen "de a de veras", "andá", "nomás", "afusilarme", "pal", "haiga". El de el narrador es un lenguaje formal, al igual que el del coronel y los soldados.

El valor social de esta historia es que refleja el egoísmo, envidia, venganza y odio, que a veces muchos de nosotros llegamos a tener por cosas que no valen la pena. Trata de hacernos reflexionar para resolver los problemas de forma pacífica, utilizando el diálogo para llegar a un acuerdo y no usare la violencia.

Consideró que el autor Juan Rulfo quiere hacernos ver que resolver los problemas de la manera como lo hizo el hijo de don Lupe, el coronel y Juvencio esta mal, pues no lleva a nada, al contrario hace que haya más problemas.


Un pacto con el diablo.

José Juan Arreola.

Aunque me di prisa y llegué al cine corriendo, la película había comenzado. En el salón oscuro traté de encontrar un sitio. Quedé junto a un hombre de aspecto distinguido.

-Perdone usted -le dije-, ¿no podría contarme brevemente lo que ha ocurrido en la pantalla?

-Sí. Daniel Brown, a quien ve usted allí, ha hecho un pacto con el diablo.

-Gracias. Ahora quiero saber las condiciones del pacto: ¿podría explicármelas?

-Con mucho gusto. El diablo se compromete a proporcionar la riqueza a Daniel Brown durante siete años. Naturalmente, a cambio de su alma.

-¿Siete nomás?

-El contrato puede renovarse. No hace mucho, Daniel Brown lo firmó con un poco de sangre.

Yo podía completar con estos datos el argumento de la película. Eran suficientes, pero quise saber algo más. El complaciente desconocido parecía ser hombre de criterio. En tanto que Daniel Brown se embolsaba una buena cantidad de monedas de oro, pregunté:

-En su concepto, ¿quién de los dos se ha comprometido más?

-El diablo.

-¿Cómo es eso? -repliqué sorprendido.

-El alma de Daniel Brown, créame usted, no valía gran cosa en el momento en que la cedió.

-Entonces el diablo...

-Va a salir muy perjudicado en el negocio, porque Daniel se manifiesta muy deseoso de dinero, mírelo usted.

Efectivamente, Brown gastaba el dinero a puñados. Su alma de campesino se desquiciaba. Con ojos de reproche, mi vecino añadió:

-Ya llegarás al séptimo año, ya.

Tuve un estremecimiento. Daniel Brown me inspiraba simpatía. No pude menos de preguntar:

-Usted, perdóneme, ¿no se ha encontrado pobre alguna vez?

El perfil de mi vecino, esfumado en la oscuridad, sonrió débilmente. Apartó los ojos de la pantalla donde ya Daniel Brown comenzaba a sentir remordimientos y dijo sin mirarme:

-Ignoro en qué consiste la pobreza, ¿sabe usted?

-Siendo así...

-En cambio, sé muy bien lo que puede hacerse en siete años de riqueza.

Hice un esfuerzo para comprender lo que serían esos años, y vi la imagen de Paulina, sonriente, con un traje nuevo y rodeada de cosas hermosas. Esta imagen dio origen a otros pensamientos:

-Usted acaba de decirme que el alma de Daniel Brown no valía nada: ¿cómo, pues, el diablo le ha dado tanto?

-El alma de ese pobre muchacho puede mejorar, los remordimientos pueden hacerla crecer -contestó filosóficamente mi vecino, agregando luego con malicia-: entonces el diablo no habrá perdido su tiempo.

-¿Y si Daniel se arrepiente?...

Mi interlocutor pareció disgustado por la piedad que yo manifestaba. Hizo un movimiento como para hablar, pero solamente salió de su boca un pequeño sonido gutural. Yo insistí:

-Porque Daniel Brown podría arrepentirse, y entonces...

-No sería la primera vez que al diablo le salieran mal estas cosas. Algunos se le han ido ya de las manos a pesar del contrato.

-Realmente es muy poco honrado -dije, sin darme cuenta.

-¿Qué dice usted?

-Si el diablo cumple, con mayor razón debe el hombre cumplir -añadí como para explicarme.

-Por ejemplo... -y mi vecino hizo una pausa llena de interés.

-Aquí está Daniel Brown -contesté-. Adora a su mujer. Mire usted la casa que le compró. Por amor ha dado su alma y debe cumplir.

A mi compañero le desconcertaron mucho estas razones.

-Perdóneme -dijo-, hace un instante usted estaba de parte de Daniel.

-Y sigo de su parte. Pero debe cumplir.

-Usted, ¿cumpliría?

No pude responder. En la pantalla, Daniel Brown se hallaba sombrío. La opulencia no bastaba para hacerle olvidar su vida sencilla de campesino. Su casa era grande y lujosa, pero extrañamente triste. A su mujer le sentaban mal las galas y las alhajas. ¡Parecía tan cambiada!

Los años transcurrían veloces y las monedas saltaban rápidas de las manos de Daniel, como antaño la semilla. Pero tras él, en lugar de plantas, crecían tristezas, remordimientos.

Hice un esfuerzo y dije:

-Daniel debe cumplir. Yo también cumpliría. Nada existe peor que la pobreza. Se ha sacrificado por su mujer, lo demás no importa.

-Dice usted bien. Usted comprende porque también tiene mujer, ¿no es cierto?

-Daría cualquier cosa porque nada le faltase a Paulina.

-¿Su alma?

Hablábamos en voz baja. Sin embargo, las personas que nos rodeaban parecían molestas. Varias veces nos habían pedido que calláramos. Mi amigo, que parecía vivamente interesado en la conversación, me dijo:

-¿No quiere usted que salgamos a uno de los pasillos? Podremos ver más tarde la película.

No pude rehusar y salimos. Miré por última vez a la pantalla: Daniel Brown confesaba llorando a su mujer el pacto que había hecho con el diablo.

Yo seguía pensando en Paulina, en la desesperante estrechez en que vivíamos, en la pobreza que ella soportaba dulcemente y que me hacía sufrir mucho más. Decididamente, no comprendía yo a Daniel Brown, que lloraba con los bolsillos repletos.

-Usted, ¿es pobre?

Habíamos atravesado el salón y entrábamos en un angosto pasillo, oscuro y con un leve olor de humedad. Al trasponer la cortina gastada, mi acompañante volvió a preguntarme:

-Usted, ¿es muy pobre?

-En este día -le contesté-, las entradas al cine cuestan más baratas que de ordinario y, sin embargo, si supiera usted qué lucha para decidirme a gastar ese dinero. Paulina se ha empeñado en que viniera; precisamente por discutir con ella llegué tarde al cine.

-Entonces, un hombre que resuelve sus problemas tal como lo hizo Daniel, ¿qué concepto le merece?

-Es cosa de pensarlo. Mis asuntos marchan muy mal. Las personas ya no se cuidan de vestirse. Van de cualquier modo. Reparan sus trajes, los limpian, los arreglan una y otra vez. Paulina misma sabe entenderse muy bien. Hace combinaciones y añadidos, se improvisa trajes; lo cierto es que desde hace mucho tiempo no tiene un vestido nuevo.

-Le prometo hacerme su cliente -dijo mi interlocutor, compadecido-; en esta semana le encargaré un par de trajes.

-Gracias. Tenía razón Paulina al pedirme que viniera al cine; cuando sepa esto va a ponerse contenta.

-Podría hacer algo más por usted -añadió el nuevo cliente-; por ejemplo, me gustaría proponerle un negocio, hacerle una compra...

-Perdón -contesté con rapidez-, no tenemos ya nada para vender: lo último, unos aretes de Paulina...

-Piense usted bien, hay algo que quizás olvida...

Hice como que meditaba un poco. Hubo una pausa que mi benefactor interrumpió con voz extraña:

-Reflexione usted. Mire, allí tiene usted a Daniel Brown. Poco antes de que usted llegara, no tenía nada para vender, y, sin embargo...

Noté, de pronto, que el rostro de aquel hombre se hacía más agudo. La luz roja de un letrero puesto en la pared daba a sus ojos un fulgor extraño, como fuego. Él advirtió mi turbación y dijo con voz clara y distinta:

-A estas alturas, señor mío, resulta por demás una presentación. Estoy completamente a sus órdenes.

Hice instintivamente la señal de la cruz con mi mano derecha, pero sin sacarla del bolsillo. Esto pareció quitar al signo su virtud, porque el diablo, componiendo el nudo de su corbata, dijo con toda calma:

-Aquí, en la cartera, llevo un documento que...

Yo estaba perplejo. Volvía a ver a Paulina de pie en el umbral de la casa, con su traje gracioso y desteñido, en la actitud en que se hallaba cuando salí: el rostro inclinado y sonriente, las manos ocultas en los pequeños bolsillos de su delantal. Pensé que nuestra fortuna estaba en mis manos. Esta noche apenas si teníamos algo para comer. Mañana habría manjares sobre la mesa. Y también vestidos y joyas, y una casa grande y hermosa. ¿El alma?

Mientras me hallaba sumido en tales pensamientos, el diablo había sacado un pliego crujiente y en una de sus manos brillaba una aguja.

"Daría cualquier cosa porque nada te faltara." Esto lo había dicho yo muchas veces a mi mujer. Cualquier cosa. ¿El alma? Ahora estaba frente a mí el que podía hacer efectivas mis palabras. Pero yo seguía meditando. Dudaba. Sentía una especie de vértigo. Bruscamente, me decidí:

-Trato hecho. Sólo pongo una condición.

El diablo, que ya trataba de pinchar mi brazo con su aguja, pareció desconcertado:

-¿Qué condición?

-Me gustaría ver el final de la película -contesté.

-¡Pero qué le importa a usted lo que ocurra a ese imbécil de Daniel Brown! Además, eso es un cuento. Déjelo usted y firme, el documento está en regla, sólo hace falta su firma, aquí sobre esta raya.

La voz del diablo era insinuante, ladina, como un sonido de monedas de oro. Añadió:

-Si usted gusta, puedo hacerle ahora mismo un anticipo.

Parecía un comerciante astuto. Yo repuse con energía:

-Necesito ver el final de la película. Después firmaré.

-¿Me da usted su palabra?

-Sí.

Entramos de nuevo en el salón. Yo no veía en absoluto, pero mi guía supo hallar fácilmente dos asientos.

En la pantalla, es decir, en la vida de Daniel Brown, se había operado un cambio sorprendente, debido a no sé qué misteriosas circunstancias.

Una casa campesina, destartalada y pobre. La mujer de Brown estaba junto al fuego, preparando la comida. Era el crepúsculo y Daniel volvía del campo con la azada al hombro. Sudoroso, fatigado, con su burdo traje lleno de polvo, parecía, sin embargo, dichoso.

Apoyado en la azada, permaneció junto a la puerta. Su mujer se le acercó, sonriendo. Los dos contemplaron el día que se acababa dulcemente, prometiendo la paz y el descanso de la noche. Daniel miró con ternura a su esposa, y recorriendo luego con los ojos la limpia pobreza de la casa, preguntó:

-Pero, ¿no echas tú de menos nuestra pasada riqueza? ¿Es que no te hacen falta todas las cosas que teníamos?

La mujer respondió lentamente:

-Tu alma vale más que todo eso, Daniel...

El rostro del campesino se fue iluminando, su sonrisa parecía extenderse, llenar toda la casa, salir del paisaje. Una música surgió de esa sonrisa y parecía disolver poco a poco las imágenes. Entonces, de la casa dichosa y pobre de Daniel Brown brotaron tres letras blancas que fueron creciendo, creciendo, hasta llenar toda la pantalla.

Sin saber cómo, me hallé de pronto en medio del tumulto que salía de la sala, empujando, atropellando, abriéndome paso con violencia. Alguien me cogió de un brazo y trató de sujetarme. Con gran energía me solté, y pronto salí a la calle.

Era de noche. Me puse a caminar de prisa, cada vez más de prisa, hasta que acabé por echar a correr. No volví la cabeza ni me detuve hasta que llegué a mi casa. Entré lo más tranquilamente que pude y cerré la puerta con cuidado.

Paulina me esperaba.

Echándome los brazos al cuello, me dijo:

-Pareces agitado.

-No, nada, es que...

-¿No te ha gustado la película?

-Sí, pero...

Yo me hallaba turbado. Me llevé las manos a los ojos. Paulina se quedó mirándome, y luego, sin poderse contener, comenzó a reír, a reír alegremente de mí, que deslumbrado y confuso me había quedado sin saber qué decir. En medio de su risa, exclamó con festivo reproche:

-¿Es posible que te hayas dormido?

Estas palabras me tranquilizaron. Me señalaron un rumbo. Como avergonzado, contesté:

-Es verdad, me he dormido.

Y luego, en son de disculpa, añadí:

-Tuve un sueño, y voy a contártelo.

Cuando acabé mi relato, Paulina me dijo que era la mejor película que yo podía haberle contado. Parecía contenta y se rió mucho.

Sin embargo, cuando yo me acostaba, pude ver cómo ella, sigilosamente, trazaba con un poco de ceniza la señal de la cruz sobre el umbral de nuestra casa.

FIN

Comentario.

El cuento títulado "Un pacto con el diablo" escrito por Juan José Arreola, es contada por una voz narrativa, siendo esta un sastre "Aunque me di prisa y llegué al cine corriendo, la película ya había comenzado...". Toda la historia es contada en primera persona. El narrador era un hombre sastre de escasos recursos. Los personajes que aparecen son: el diablo "Si Daniel Brow, a quien usted ve allí, ha hecho un pacto con el diablo.", Daniel Brow "¿no echas de menos nuestra pasada riqueza? ¿es que no te hacen falta todas las cosas que teniamos?, Paulina "Tu alama vale más que todo eso, Daniel...".

La historia trata sobre el sastre que llega tarde al cine y pregunta que es lo que ya había pasado, un  hombre le cuenta que Daniel Brow había hecho un pacto con el diablo y este señor sale a platicar con el y le ofrece que le de su alma en cambio le dará una fortuna, él pide ver el final de la película y al hacerlo sale corriendo para su casa y le cuenta a su esposa . La historia durá un poco más de la película.

El contexto en el que se desarrolla el cuento es un cine, del cual no se sabe su ubicación. Los personajes se caracterizan, el narrador: es un sastre de pocos recursos económicos; el diablo por ser un hombre de traje muy distinguido; Daniel Brow un hombre campesino de pocos recursos económicos.

El cuento hace reflexionar diciendo que hay cosas que valen más que las cosas materiales, que no se necesita una grande fortuna para ser feliz. 

Considero que muchas de las veces tomamos malas decisiones con tal de tener lo que deseamos, pero al final nos damos cuenta que fue malo .

Estuvo en la Guerra

Edmundo Valades.

De pronto, todas las cabezas desaparecieron. Abrió más los ojos. Trató de perforar con la mirada la luz de los reflectores implacables. Sobre el campo, los jugadores corrían en todas direcciones. Un sordo, pavoroso clamor envolvía sus cuerpos sin cabezas. Agitaban sus brazos confusamente. Como si dirigieran su propia macabra danza. La danza macabra.
Él estaba tenso. El ruido martilleaba sus tímpanos. Creció su miedo. Ahora los rostros giraban en la cancha. Reflejaban un terror indescriptible. Su propio terror. No perseguían la pelota. Huían desesperados. Brincaban absurdamente. Con el salto mortal del soldado. Desaparecían. Volvían a emerger. Volaban. Destruidos en pedazos al chocar unos contra otros.
Empezó a oír el graznido de las ametralladoras. El ruido del mar. El ruido del miedo. El silbatazo de ataque. Y grito. Gritos espantosos que le taladraban la espina dorsal. ¿Llegaría a disparar por fin el cañón camuflado bajo la malla del arco?
Reaparecieron las cabezas y los cuerpos. Las cabezas subían y bajaban las gradas. Saltaban a la izquierda y a la derecha. Uno, dos. Uno, dos. A la derecha y a la izquierda. Uno, dos. Rodaban unas sobre otras. Saltaban unas sobre otras. Uno, dos. Lo aplastaban. Iban a aplastarlo. Uno, dos. Y los gritos…
Se lanzó por las escaleras. A ganar la playa. A esconderse en las trincheras. La salida. A empellones. Empujando los cadáveres móviles que cerraban el paso.
La puerta. La plaza. Arriba, siempre el cielo. El cielo.
Detuvo el taxi: al hotel.
Cerró los ojos. Los abrió de nuevo. ¿Y el chofer? Había desaparecido. Él iba solo sobre el tanque que devoraba las avenidas. Traspasaba los muros. Se estrellaba contra los árboles. Mil reflectores enfocaban su marcha. Más aprisa. Aprisa.
Luego, lo de siempre: el silencio largo. 
“¿Le pasa algo?” 
Pagó. Entró en el hotel. A su cuarto.
Se desplomó sobre la cama. 
A gemir la paz definitivamente perdida para él.

Comentario. 

El cuento titulado "Estuvo en la Guerra" escrito por Roberto López Moreno es narrado por una tercera persona "De pronto, todas las cabezas desaparecieron". Parece que sabe mucho pues describe todo como si él hubiera estado ahí "Huían desesperados"; como si supiera lo que siente "Creció su miedo". Se puede observar que es alquien que sabe mucho del protagonista  ya que da la siguiente expresión : "Luego, lo de siempre...".

El cuento trata sobre un hombre que parece ser soldado está en una cancha de juego y empieza a ver como una guerra, al ver esto sale de ahí y toma un taxi que lo dirige a un hotel, pareciendo que recordaba una batalla que influyo mucho en él . El contexto en que aparece el protagonista se divide en dos, el de la realidad (escalera de la que sale, la cancha, el taxi y el hotel) y el imaginario (un campo de batalla). Los personajes que aparecen son los soldados, los jugadores y el hombre que fue o es soldado.

En la realidad del texto, nos podemos dar cuenta que esta en una cancha de juego ya que se mencionan las siguientes palabras: jugadores, juego, silbatazo y pelota. En lo imaginario, sabemos que es un campo de batalla por: cabezas desaparecidas, graznido de las ametralladoras , gritos, cañón camuflajeado y cadáveres móviles. 

El valor literario que este cuento nos muestra es que en todo momento quieras o no siempre hay recuerdos que invaden nuestra realidad.

Considero que este cuento nos hace reflexionar de como a veces nuestros pensamientos pueden más que nuestra realidad perjudicando a veces en nuestras acciones. 










jueves, 11 de febrero de 2016

Textos publicitarios.

Texto Publicitario.

El texto publicitario es aquello perteneciente o relativo a la publicidad. Este intenta llamar la atención de potenciales consumidores respecto al producto o servicio.
Un texto publicitario tiene dos objetivos: dar a conocer el producto e incitar al público a que lo adquiera. Se puede desarrollar a través de textos argumentativos, textos descriptivos y textos narrativos.
El texto publicitario tiene dos principios fundamentales:la cercanía al receptor y la economía, pero para ello debe cumplir las siguientes funciones:debe ser complementaria, de intriga, localizadora e identificadora. Además presenta figuras retóricas como la metáfora, la hipérbole, sinestesia, entre otras. Esto con la finalidad de la persuasión, por ello se incluye un lema o eslogan.


Ejemplos:

Este texto publicitario presenta los productos de tratamiento de hidro-cauterización de la marca Pantene PRO-V. Presenta el color dorado en el fondo, en el vestido y en el producto. Esta dirigido al público femenino que cuidan mucho su cabello, tratando de persuadir con la modelo haciendo creer que te verás al igual que ella. El texto tiene un modo textual descriptivo; figuras retóricas como la hipérbole ("hidratación que vence al daño) y la repetición de colores. Tiene una marca gramatical de enunciatario "tu". No tiene contexto.



Este texto publicitario elaborado por mis compañeras y yo, presentan la nueva colección para primavera Angels de lencería de la marca Black paradise. Esta dirigido a las mujeres, tratando de persuadirlas para que crean que al comprar se verán sexys y divertidas a través de las imágenes que esta presenta y la frase "¡Atrévete a se súper sexy y divertida!", en esta misma presenta una marca gramatical refiriéndose de tu. Tiene figuras retóricas como lo son la hipérbole (súper) y la repatición del color rosa. Su eslogan es "Siempre única..." y el contexto sería Black paradise MX.

Cartel Una Mirada a la Ciencia


Juárez, Claudia, Los Olores del Amor en www.unamiradaalaciencia.unam.mx, Año XI, Núm. 123, febrero.

El cartel presenta subtítulos como Feromonas en Perfumes y Señales de Existencia; imágenes de una mariposa, un gusano, un perfume, un ratón y muchos corazones; diferentes tipos de letra, en muchos colores, destacando en este el rojo, fiusha, rosa, lila, azul, azul rey, entre otros. Tiene recuadros para resaltar algunos datos y el fondo es morado.
El contenido de este cartel "Los Olores del Amor" trata de informarnos acerca de las feromonas y como actúa el olfato con ellas al querer atraer a alguien, es decir de la atracción al primer olfato. Habla sobre que son, para que sirven y como actúan las feromonas. Presenta datos sobre el olfato de algunos animales, así como estudios realizados.